Dulzura de Gabriela Mistral
Cuando leemos los versos de este poema, encontramos, como en los perfumes, la esencia concentrada de un amor profundo, íntimo entre una madre y su hija. Vemos lo relevante que es en su vida y de lo esencial que es el vínculo establecido entre ella y su madre, con la que se siente conectada y dependiente de un amor que sólo esa figura puede transmitir y ser entendida por una hija.
Madrecita mía,
madrecita tierna,
déjame decirte
dulzuras extremas.
Es tuyo mi cuerpo
que juntaste en ramo;
deja revolverlo
sobre tu regazo.
Juega tú a ser hoja
y yo a ser rocío:
y en tus brazos locos
tenme suspendido.
Madrecita mía,
todito mi mundo,
déjame decirte
los cariños sumos.
Caricia de Gabriela Mistral
La poeta adora su madre y el llenarla a besos es una demostración de ese amor. De la misma forma que la abeja busca alimento en la flor, ella observa a un niño y como éste toma leche de los pechos de su madre, en su regazo y de manera tranquila, sintiéndose protegido.
Cuando acabamos de leer el poema, nos quede una sensación de tranquilidad, de felicidad y, al mismo tiempo, de una ligera amargura, ya que parece que a la poeta le ha faltado tiempo para poder estar con su madre y el recuerdo de la misma parece que se ha ido diluyendo más de lo que ella desearía, por eso se fuerza y esfuerza en tenerla presente a través de otras miradas, representadas en este caso por lo que le rodea
Madre, madre, tu me besas,
pero yo te beso mas.
Como el agua en los cristales,
caen mis besos en tu faz…
Te he besado tanto, tanto
que de mí cubierta estás
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar…
Si la abeja se entra al lirio,
no se siente su aletear:
Cuando tú, a tu hijito escondes
no se le oye el respirar…
Yo te miro, yo te miro
sin cansarme de mirar,
y que lindo niño veo
a tus ojos asomar…
el estanque copia todo
lo que tu mirando estás;
Pero tú en los ojos copias
a tu niño y nada más.
Los ojitos que me diste
yo los tengo que gastar
en seguirte por los valles,
por el cielo y por el mar…