El día a día puede ser abrumador. Aunque la tecnología y el acceso a la información nos han facilitado la vida en muchísimos aspectos, también se han convertido en invasores de espacios que antes eran sagrados. Estar en contacto con amigos y familiares gracias a las redes sociales es una fortuna con la que contamos, poder estar enterados de lo que ocurre y divertirnos gracias a las plataformas de música y video es un gran regalo del siglo XXI, pero ¿qué tanto tiempo les dedicamos a las pantallas? ¿a mirar la vida de los otros? ¿a estar conectados con lo digital?
En esta época, donde el bienestar es cada vez más importante en nuestra vida, desintoxicarnos de lo material, superficial y mundano se hace necesario para reconectar con lo esencial, con la naturaleza. Hoy, hacer una pausa entre actividades y afanes del día a día es una obligación con nosotros mismos, es darnos el regalo de estar presentes y mirar hacia adentro, es hacer un detox espiritual para aligerar la carga, respirar y concentrarnos por un momento en el milagro que es estar vivos, es darles prioridad a nuestras emociones y sensaciones para poder reconocerlas, procesarlas y sanar.
Suena paradójico, pero algunas veces hay que desconectarse para poder reconectarse. Desconectarse de los dispositivos móviles, de los miles de mensajes y correos que nos envían las marcas, de las nuevas ofertas que nos bombardean para que compremos más, de la vida de los otros, de las noticias falsas y de los titulares desalentadores; y reconectarse con los sonidos de la naturaleza, con la respiración y sus beneficios en nuestro cuerpo, con nuestras emociones y sentimientos, con nuestra pareja, a quien muchas veces tenemos al lado y la damos por sentado; con el tiempo de calidad que compartimos con nuestra familia sin ninguna distracción, con ese instante en el que nos preparamos una taza de café o un buen desayuno, con la tierra y su belleza, con un atardecer o un amanecer en calma sin mirar a una pantalla.
La vida es la suma de esas pequeñas y simples cosas que nos llenan el corazón y no tienen precio. No importa cuál sea tu credo, a quién le ores en las noches, o cuáles sean los principios de vida que sigas; lo que importa es cultivar el bienestar interior, reconectarte con tu espiritualidad y vivirla con plena consciencia, para dar siempre gracias por cada despertar.