Hasta antes de la pandemia, si se miraba la evolución de la esperanza de vida de los chilenos, al menos desde 1950, año desde el cual se cuenta con información validada, el país había visto un incremento sostenido de la edad promedio que vive la población. Sin embargo, los embates del covid-19 marcaron la caída más grande observada hasta la fecha.
Mientras en 2019 el promedio era de 80,3 años, luego de la crisis sanitaria cayó a 79,4 años, mientras que a fines de 2021 volvió a descender, llegando a 78,9, es decir, una disminución de 1,7 años en solo 24 meses.
La mejoría del escenario epidemiológico en el país, de la mano del avance de vacunación que ha permitido disminuir las tasas de hospitalización y muerte por covid-19, han permitido ir recuperando este retroceso, según cifras de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Esto pues durante 2022 subió hasta los 79,5 años, es decir, casi medio año en comparación a 2021. Además, la entidad regional proyecta que durante este 2023 sobrepasará incluso el nivel de 2019, llegando a los 81,2 años.
Foco en prevención y tratamiento del cáncer
Considerando la cifra actual, el país se posiciona como el segundo de Latinoamérica con mayor esperanza de vida, solo por debajo de Puerto Rico, que alcanzó los 79,7 años.
Al repasar la evolución, llama la atención cómo Chile se ha ido consolidando. Mientras en 1950 era el octavo país con mayor esperanza de vida en la región, en 2022 figuró como el segundo y, según las proyecciones de la Cepal, durante 2023 superaría al Estado libre asociado de EE.UU., quedando al tope de la lista, escoltado por Costa Rica (80,3), Puerto Rico (79,9), Panamá (78,6), Cuba (78,3) y Uruguay (78,2).
Pamela Chávez, geriatra de la Clínica Universidad de los Andes, señala que ‘esto tiene estrecha relación con el desarrollo socioeconómico del país. En el fondo, dentro de Latinoamérica seguimos teniendo un buen o el mejor estándar socioeconómico y eso se refleja en la esperanza de vida porque implica mejor alimentación, mejor oportunidad para la detección de problemas médicos, más actividades preventivas y que las personas tengan más oportunidades de mantenerse independientes. Y eso es lo que hace que las personas vivamos más tiempo’.
A juicio de Homero Gac, expresidente de la Sociedad de Geriatría de Chile, ‘tiene que ver con condiciones sociosanitarias buenas. En Chile los niveles de agua potable, de acceso a medicamentos y salud, con todos los bemoles que existen, son buenos. Por otra parte, en lo que se refiere al control de enfermedades cardiovasculares ha ido mejorando, al igual que los controles de enfermedades metabólicas y oncológicas. El GES en ese aspecto fue un avance, sobre todo en la parte de oncología’.
Aunque el panorama parece ser auspicioso para Chile, Paula Margozzini, académica de Salud Pública de la Universidad Católica y miembro del Centro para la Prevención del Cáncer de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo, advierte que ‘para que Chile logre las expectativas de aumento de esperanza de vida, tendría que dedicarse esta década con fuerza a prevención, diagnóstico precoz y tratamiento oportuno del cáncer; de lo contrario, estas expectativas se diluirán’.
Agrega que ‘es especialmente importante disminuir la dolorosa brecha de sobrevida en cáncer que presentan los chilenos con menos recursos económicos’.
Los expertos también sostienen que si bien se proyecta que la esperanza de vida aumente considerablemente en el país, es necesario garantizar que esos años sean en buenas condiciones.
Chávez postula que el desafío ‘número uno es disminuir la brecha que hay entre este indicador de esperanza de vida, que es cuánto tiempo uno espera que una persona viva en promedio, con el indicador de esperanza de vida saludable o libre de dependencias, que es lo que más usamos en geriatría. En Chile aún estamos en un índice bastante menos estimulante que el de esperanza de vida. Eso significa que nuestro país tiene entre cinco a diez años de vida de adultos mayores con dependencia, es decir, en los últimos años de vida necesitan ser ayudados por un tercero en sus actividades básicas’.