Un helado día de hace algunos años encontré una billetera en la calle. No contenía identificación alguna, solo tres dólares y una carta arrugada que parecía haber estado guardada allí durante mucho tiempo. Lo único legible en el sobre roto era la dirección del remitente. Abrí la carta y vi que había sido escrita en 1924, casi 60 años atrás. La leí con cuidado, con la esperanza de encontrar una pista sobre la identidad del dueño de la billetera. Era una carta de despedida. La escritora, con caligrafía delicada, le decía al destinatario, cuyo nombre era Gustavo, que su madre le había prohibido volver a verlo. Sin embargo, ella siempre lo amaría. La firmaba Claudina. Era una hermosa carta. Pero no había manera, más del nombre Gustavo, de identificar al propietario. Así que decidí llamar a Informaciones para ver si podían ayudarme.
- Operadora, esta es una petición un poco rara. Estoy tratando de localizar al dueño de una billetera que acabo de encontrar. ¿podría darme el número telefónico de la dirección escrita en una carta que estaba en la billetera?
La operadora me comunicó con su jefa, quien me dijo que había un teléfono listado para esa dirección pero que no podía darme el número. Sin embargo, ella llamaría y explicaría la situación. Entonces, si la persona quería hablar, me comunicaría. Esperé unos minutos y ella volvió a la línea.
- Una mujer quiere hablar con usted. Le pregunté a la mujer si conocía a alguien llamada Claudina.
- iPor supuesto! Le compramos esta casa a la familia de Claudina.
- ¿Sabe usted dónde podrían estar ahora? -pregunté.
- Claudina tuvo que llevar a su madre a un asilo de ancianos hace tiempo. Tal vez allí podrían ayudarlo a localizar a la hija.
La mujer me dio el nombre de la residencia de ancianos. Llamé y me enteré de que la madre de Claudina había muerto. La mujer que habló conmigo me dio una dirección en la que pensaba podría localizar a Claudina. Llamé por teléfono. La mujer que contestó me explicó que ahora Claudina estaba viviendo en un hogar de ancianos. Me dio el número. Llamé y me confirmaron que Claudina estaba en ese sitio. Pregunté si podía ir a verla. Eran casi las 10 de la noche. El director me dijo que Claudina podría estar dormida
-Pero tal vez la encuentre en la sala de actividades viendo televisión.
El director y un guardia de seguridad me recibieron en la puerta de la residencia. Subimos al tercer piso y vimos a la enfermera, quien nos dijo que Claudina estaba, de hecho, viendo televisión. Entramos a la sala de actividades. Claudina era una dulce ancianita de pelo plateado, con una cálida sonrisa y ojos amistosos. Le hablé de la billetera y le mostré la carta. Al instante de verla, respiró profundamente.
- Joven -dijo-, esta carta fue el último contacto que tuve con Gustavo. - Desvió la mirada y continuó-: Yo lo quería mucho. Pero apenas tenía 16 años y mi madre consideraba que yo era demasiado joven. Él era muy buen mozo. Como Sean Connery, el actor.
Nos reímos. Entonces el director nos dejó solos.
- Sí, se llamaba Gustavo Arenas. Si lo encuentra, dígale que sigo pensando en él con frecuencia. Nunca me casé -dijo, sonriendo a través de las lágrimas que brotaban de sus ojos-. Creo que nadie jamás igualó a Gustavo.
Le di las gracias, me despedí y tomé el ascensor hasta el primer piso. Mientras estaba en la puerta, el guardia de seguridad me preguntó:
- ¿Pudo ella ayudarlo?
Le dije que me había dado una pista.
- Por lo menos tengo el apellido. Pero es probable que abandone la pesquisa durante un tiempo.
Le conté que había pasado todo el día tratando de encontrar al dueño de la billetera. Mientras hablábamos, saqué el estuche de piel marrón con cordones rojos y se lo mostré. Él lo miró y dijo:
- Oiga, reconocería esa billetera en cualquier parte. Es del señor Arenas. Siempre la pierde.
- ¿Y quién es el señor Arenas? -pregunté yo.
- Es uno de los veteranos del octavo piso. Él sale a caminar con frecuencia. Le di las gracias y me dirigí corriendo hacia la oficina del director para contarle lo que había dicho el guardia. Me acompañó hasta el octavo piso. Oré porque el señor Arenas aún estuviera despierto.
- Creo que todavía está en la sala de actividades -dijo la enfermera-. Le gusta leer a la noche. Nos dirigimos hacia la única habitación que tenía las luces encendidas; allí había un hombre leyendo un libro. El director le preguntó si había perdido su billetera. Gustavo Arenas levantó la vista, sintió su bolsillo trasero y luego dijo:
- Dios mío, no está. En cuanto la vio, sonrió, visiblemente aliviado.
- Sí -dijo-, esa es. Seguramente se me cayó esta tarde. Déjeme darle una recompensa.
- No, gracias -dije-. Pero debo contarle algo. Leí la carta con la esperanza de descubrir quién era el dueño de la billetera.
La sonrisa desapareció de su rostro.
- ¿Leyó usted la carta?
- No sólo la leí, creo saber dónde se encuentra Claudina.
Él palideció.
- ¿Claudina? ¿sabe usted dónde está? ¿cómo está? ¿sigue tan hermosa como antes?
Vacilé.
- iDígame! -urgió Gustavo.
- Ella está bien y es tan bonita como cuando usted la conoció.
- ¿Podría decirme dónde está? Quiero llamarla mañana.
Me tomó la mano y dijo:
- ¿Sabe algo? Cuando llegó la carta, mi vida terminó. Nunca me casé. Creo que siempre la he amado.
- Gustavo-le dije-. Venga.
Los tres tomamos el ascensor hasta el tercer piso. Caminamos hacia la sala de actividades, donde se encontraba sentada Hannah, aún viendo la televisión. El director se acercó a ella.
- Claudina -dijo en voz baja-. ¿conoce usted a este hombre?
Gustavo y yo nos quedamos esperando en la puerta. Ella se ajustó los anteojos, miró por un momento pero no dijo nada.
- Claudina, soy Gustavo. Gustavo Arenas. ¿Te acuerdas?
- ¿Gustavo? ¿Gustavo? iEres tú!
Él caminó lentamente hacia ella. Ella se puso de pie y se abrazaron. Los dos se sentaron en un sofá, se tomaron de las manos y comenzaron a hablar. El director y yo salimos, ambos llorando.
- Hay que ver cómo trabaja Dios le dije-. Si ha de ser, será.
Tres semanas después, recibí un llamado del director:
- ¿Puede escaparse el domingo para asistir a un casamiento? -preguntó, y sin esperar mi respuesta, agregó-: Sí, iGustavo y Claudina se casan!
Fue una boda preciosa; todas las personas de la residencia de ancianos asistieron a la celebración. El hogar les dio una habitación para los dos y, si alguna vez se imaginó ver a una novia de 76 años y un novio de 78, como dos adolescentes, tendría que haber visto a esta pareja. Un final perfecto para una historia de amor que duró casi 60 años.