Iván Moreno recuerda que iba bien hasta el kilómetro 29. Luego, empezaron los calambres. Se detenía, encontraba un poco de alivio, caminaba, aceleraba un poco y volvía el calambre. Así, a tropezones, terminó la Maratón de Nueva York. Triste por el tiempo que hizo y sin ninguna esperanza de ganar. Pero cerca de la medianoche lo sorprendieron. Le dijeron que era el campeón de la categoría 80-89 años.
En la “Ciudad Que Nunca Duerme”, el chileno hizo un tiempo de 4 horas, 47 minutos y 17 segundos el pasado 6 de noviembre.
Moreno comenzó a correr cuando era un niño. Fue “el blanco más rápido del mundo” y uno de los velocistas dominantes de Sudamérica. Una enfermedad lo obligó a dejar la alta competencia, después lo atropellaron y sufrió lesiones graves. Pese a los problemas siempre se mantuvo haciendo deporte.
Con 80 años, no vislumbra un momento en que deje de correr.
“Siempre me vienen calambres, tengo que saber convivir con ellos. Tengo una condromalacia grado 4 en la rodilla derecha, tengo otra igual en la rodilla izquierda. Tengo que cuidármelas, es por eso que debo trotar nada más que en pasto o en tierras blandas. El médico me dijo hay dos posibilidades: ‘Si te opero no vas a poder correr nunca más. Te vas a ir al cajón triste, amargado porque no corriste más, pero con las rodillas impecables. Si me haces caso, vas a estar feliz porque corriste hasta el último día, pero con las rodillas hechas mierda’. Tuve que escoger”.
Moreno no tenía el biotipo ideal para las pruebas de velocidad. Sin embargo, conquistó tres veces seguidas el oro sudamericano en los 100 metros durante la década del sesenta. Su vida era muy agitada por ese entonces. Estudiaba construcción civil, trabajaba en una obra, entrenaba e “iba a ver a una pololita”. En una entrevista con la revista Estadio dijo que “se es mejor atleta cuando más ocupado se está”.
Recuerda que no tenía zapatillas de calidad y se las tuvo que pedir prestadas a un entrenador del Stade Francais antes de hacer la marca para ir a Tokio 1964, sus primeros Olímpicos. Luego de eso, estuvo radicado en Charlotteburgo, Alemania, con una beca que le permitió perfeccionarse en construcciones deportivas. Allá compitió por el Bayern 04 y conoció métodos más avanzados de preparación. Para los Juegos Olímpicos de Ciudad de México volvió a conseguir la clasificación.
Dos semanas antes de que arrancasen los Juegos de 1968, Moreno estaba poniéndose a punto en Arizona. En una carrera, corrió los 100 metros en 10 segundos clavados, apenas un décima menos que el récord mundial establecido por los estadounidenses Jim Hines, Charlie Greene y Ronnie Ray Smith.
“Fue un campeonato oficial, pero la marca no la homologaron, porque no habían registros de los cinco cronómetros que tenían que haber ni de anemómetro. Después hice dos veces más 10 segundos y tampoco me los homologaron”, relata Moreno. Pese a un tirón, el chileno se metió entre los 16 mejores velocistas del mundo en los Olímpicos de México. Era el único blanco en competencia.
En la capital azteca, además, compitió en los 200 metros y también hizo semifinales. Cuenta que estuvo en el estadio el día del inolvidable saludo del “Poder Negro” efectuado por Tommie Smith y John Carlos.
“Lo del blanco más rápido del mundo no lo supe hasta que me lo dijo Julio Martínez. El habló de las personas de la raza morena que habían ganado y dijo ‘tú eres el blanco más rápido del mundo’. Yo le dije sí, pero el blanco más rápido del mundo también era Moreno je”, manifiesta.
Moreno permaneció en la alta competencia hasta 1974. Ese año se retiró, aunque no porque quisiera. “Yo me tuve que retirar del atletismo cuando me vino un tifus que me tuvo muy mal. Creía que era un dolor de cabeza hasta que caí a la clínica. Ahí dejé de correr. Me prohibieron hacer el deporte. Según el informe, mi musculatura estaba perfecta, pero las paredes del estómago y los intestinos estaban muy débiles. Con cualquier ejercicio fuerte, podían romperse, me venía una septicemia y me iba cortado en un par de horas”, comenta.
Pasó el tiempo. Alejado del atletismo, probó varios deportes. Sin embargo, siempre ocurría algún percance.
“Dejé de correr y volví al fútbol. Jugué fútbol durante muchos años hasta que me quebraron. Después, me dio susto seguir jugando fútbol y me puse a andar en bicicleta de ruta. Hice bicicleta hasta que me atropellaron. Ahí volví nuevamente a trotar”, relata.
Partió con una vuelta a la manzana, luego dos, tres. Fue recuperando sensaciones. Se sumó al club Interrunners en el Parque Intercomunal, pero en la primera práctica se lesionó de gravedad. Se cortó el tendón de Aquiles. “Eso mostraba que tenía mala preparación, porque trotaba sólo”, apunta.
Desde 2010 comenzó con la maratón. Ya tiene diez en el cuerpo. Casi siempre compite acompañado por sus hijos y uno de sus yernos.
Ya tiene claro su próximo desafío. Correrá en Chicago en 2023, uno de las Majors que le falta.
“Yo entreno cinco veces en la semana. Martes, miércoles, jueves, sábado y domingo. Hay preparación física especial, hay carreras de repeticiones. A veces hay que hacer cinco veces cinco mil metros con cuatro minutos de descanso y en un tiempo determinado. Después hay carreras largas de dos o tres horas. Carreras de fartlek, uno corre un minuto rápido y cambia el ritmo, así durante una hora y hora media. Uno hace incluso hasta pesas”, afirma.
Moreno no es un hombre nostálgico. Tiene siete nietos, algunos saben quién fue, pero a él no le gusta mencionar su historia, prefiere saber de la vida de ellos. “Lo mío ya quedó en el pasado”. Por lo que ha visto, piensa que el mejor deportista chileno de la historia es el tenista Nicolás Massú y la mejor atleta Marlene Ahrens. “Por cómo era ella como deportista, como persona, hizo varios deportes y en todos lo hizo bien. Siempre fue un ejemplo donde estuvo”, apunta.
Moreno usa una menisquera que le aprieta la rodilla. Así reduce el dolor y el riesgo de las lesiones. Pero correr no es sólo ejercicio físico. “Cuando uno corre, se encuentra consigo mismo. Uno empieza a analizar todo lo que pasó, todo lo que hizo, esto lo hice mal, esto no tengo que volver a hacerlo. Es encontrarse con uno mismo. Cada vez que uno corre, hace una autoevaluación de todo. No correr una maratón es no haber vivido”, cierra.
Acá vemos a Iván en 1967, antes de correr 100 metros.